ERIC LAURENT
El prestigioso psicoanalista francés
Eric Laurent participó del IV Congreso Internacional de Investigación y
Práctica profesional en Psicología. Allí pronunció una conferencia en la cual
trató el tema del fracaso del control de la infancia en la sociedad actual y el
lugar que le cabe al Psicoanálisis en esta crisis. Se refirió al debate en
torno al DSM-V y su creación de etiquetas, así como al autismo como una de las
tres epidemias del siglo.
Osvaldo
Delgado: Buenas tardes, vamos a comenzar
con esta conferencia. En este IV Congreso Internacional de Investigación y
Práctica Profesional en Psicología, XIX Jornadas de Investigación y VIII
Encuentro de Psicología del Mercosur, que tiene por título “Desarrollo Humano.
Problemáticas de la subjetividad en Salud Mental. Desafíos de la Psicología
Contemporánea”.
Tengo
el gran honor y el placer de presentar la conferencia de Eric Laurent titulada
“El psicoanálisis y la crisis del control de la infancia”. Eric Laurent ha
venido a Buenos Aires para participar como invitado especial en las Jornadas
Anuales de la Escuela de Orientación Lacaniana, que se realizarán los días 1 y
2 de diciembre en el Hotel Panamericano. Dichas jornadas tienen por título “La
clínica de lo singular frente a la epidemia de las clasificaciones”. Nuestro
invitado, Eric Laurent, ha sido analizante y discípulo destacado del Dr.
Jacques Lacan; es AME de la Escuela de Orientación Lacaniana, de la Escuela
Causa Freudiana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la cual fue su
presidente. Es autor de un sinnúmero de libros y artículos y dictante, junto
con Jacques Allain Miller, del curso “De otro que no existe y su comité de
ética”. Las enseñanzas de Laurent se reflejan cotidianamente en nuestra
Facultad en la enseñanza de muchos docentes y en programas como bibliografía
obligatoria de distintas asignaturas, además, constan sus trabajos en muchas de
las investigaciones psicoanalíticas de UBACyT. Le doy la palabra a nuestro
invitado Eric Laurent.
Eric
Laurent: Quiero agradecer las palabras de
Osvaldo Delgado presentándome ante esta audiencia tan numerosa. Quisiera
agradecer también a los organizadores del IV Congreso Internacional de
Investigación y Práctica Profesional en Psicología, especialmente a la decana Nélida
Cervone y a la vicedecana, la señora Lucía Rossi.
He
elegido como título “El psicoanálisis y la crisis del control de la infancia”
debido al subtítulo del Congreso mismo, que es "Desarrollo Humano.
Problemáticas de la Subjetividad y Salud Mental. Desafíos de la Psicología
Contemporánea." Creo que, sin duda, uno de los desafíos del siglo es cómo
enfrentar con el Psicoanálisis este novel movimiento del control de la infancia
y de la crisis del control de la infancia, del cual vamos a examinar las paradojas
para ubicar más
precisamente el papel del psicoanálisis con los niños. Primero quisiera
subrayar que la experiencia de la infancia en nuestra época es más solitaria
que en el siglo XX. Esta infancia está contaminada de manera particular por el individualismo de masa
de la época. Es una de las consecuencias de las reconfiguraciones de las
familias en las cuales se ven los efectos de las dificultades particulares que
tienen los padres para insertarse en el mundo del trabajo tal como es en esta
post crisis, dificultad de insertarse en estos contratos que rigen el mundo
laboral. Las mujeres madres son solicitadas a un nivel desconocido en la época
precedente, con un estatuto al mismo tiempo más precario, pero también con una
llamada al
trabajo de las mujeres que tiene una importancia como nunca se vio en el
mercado del trabajo. Esta movilización de los padres hace que los niños sean
más solitarios; también lo son porque tienen menos hermanos, las familias numerosas son cada vez
más escasas; los abuelos, que viven mucho más que en la época precedente, viven
más lejos. Las familias recompuestas, al mismo tiempo, resuelven algunos problemas. Es
gracias a los divorcios que, finalmente, el nivel de reproducción de un país se
mantiene; los más divorcios, los más niños después. Pero esas familias recompuestas por sí mismas
producen problemas. Estos
niños más solitarios pasan más tiempo en chats, por Internet, en juegos en red,
o solos en frente de la tele, que descuida, fundamentalmente. Todas esas
pantallas miran a esta infancia, la cuidan, instalan una dependencia que el
niño reencontrará cuando sea más grande en las ofertas del mercado de las
drogas adaptadas a la adolescencia.
Esta
oferta esconde algo,
se esconde que el objeto es el niño mismo, que es objeto de goce. La
experiencia del niño como objeto de goce va en contra de la posición del niño
como ideal en el deseo de los padres. El niño como ideal de los padres lleva a
un modo de enloquecimiento propio de las familias con sus ideales, pero el niño
como objeto de goce es otra consideración. Y siempre entran en tensión el ideal
y el deseo del niño y el niño como goce. Lacan lo decía de una manera fuerte,
cuando decía: “un
niño es el aborto espontáneo del deseo que lo llevó al mundo”. Todo niño es un
salvador de la familia finalmente mal hecho. Esta dimensión de objeto de goce,
producido como objeto, es una experiencia de nuestra época, más clara que antes
gracias a lo que permite la biología: ruptura entre filiación y producción del
niño. Si hay un campo en el cual lo real está tocado es dentro de la producción
del niño.
En
el siglo XX se podía hablar de reproducción o fecundación asistida; en el siglo
XXI, hablamos de procreación reinventada por la biología, articulada de
manera central. Estamos, gracias a los avances de la biología, al inicio de una
experimentación en el humano. Con las células madres se podrán producir al
mismo tiempo óvulos y espermatozoides con las mismas células, es decir, dos
hombres podrán tener hijos con la fecundación de un embrión que puede ser
introducido después en el cuerpo de una mujer que se puede alquilar para la
gestación, pero
producido como tal con el código de ADN de estos hombres. Esto no es
reproducción asistida, es creación de un nuevo modo de introducir líneas
reproductivas. Vemos un abanico de múltiples técnicas nuevas, que van desde la
estimulación ovárica hasta la gestación para otros, etc.; se ha producido un
campo en el cual surge una verdadera industria de producción de niños high
tech, que implica un constante control de calidad en todos los niveles. Es
decir, en este sentido, es una infancia bajo control desde el momento de la
procreación. Débora Spar, que es la directora, la decana, de la Barnard School
en New York City, en la que Obama eligió dirigirse a las jóvenes mujeres
americanas durante su campaña presidencial, en la cual las mujeres desempeñaron
un papel muy importante… Débora Spar, antes de ser decana era profesora de
Economía en Harvard, en la Harvard Business School, y escribió un libro decisivo que se llama
Baby Business, How Money, Science, and Politics Drive the Commerce of
Conception (Baby Businness y Cómo el Dinero, la Ciencia y la Política Conducen
el Negocio de la Concepción). Ella, como buena profesora de economía, ha
cifrado de manera precisa cómo se puede definir esta industria; la cifra es de
3 billones de dólares. Dentro de este mercado, si se lo considera como un
mercado, se puede definir el precio preciso de una gestación: entre 10 mil y 75
mil dólares. El precio de un óvulo es de 3 mil a 100 mil dólares, dependiendo de la
calidad del genoma que se pueda descifrar. Ahora que el precio de tener el
propio genoma completamente traducido baja cada año más, las estudiantes pagan sus estudios
dando óvulos y pueden garantizar el físico con una foto y, como son estudiantes
precisamente de Barnard o Harvard, entonces, sus óvulos valen mucho más. La
creación de un embrión cuesta de 6 mil a 20 mil dólares. Los
diagnósticospreimplantatorios permiten definir el sexo del niño y ahora el 80% de
los mismos, que son voluntarios, son hechos para determinar el sexo del niño.
En este mercado los hombres no pueden competir: la donación de esperma, 275
miserables dólares. Lo que es seguro es que este control del niño desde su producción, desde la
concepción, implica normas de regulación y va a surgir el tema de cómo regular. Los
métodos de regulación, dice Spar, se pueden repartir en cuatro tipos de
modelos: el primero, considera que el niño es un producto de lujo, en tanto que
producto de lujo no hay que regular; el segundo, considera al niño como una
droga, como una cocaína, entonces, hay que prohibir y/o regular; o se lo
considera como un órgano sustituido que implica sacarlo del mercado, del
negocio, para mantenerlo en nivel del don, como hay dones de órganos en
general; o se
le considera como una prótesis, entonces, se puede subvencionar y regular. En
Europa se considera al niño como prótesis y es pagado por la seguridad social.
Lo
que se escucha dentro de esta industria, que se va a regular con normas, leyes,
mercado articulado a zonas no comerciales, es que el deseo -por ejemplo, el deseo de
producción de un niño sin ningún defecto, el cero defecto, como en los coches-
es el fantasma que rodea y que está por todas partes dentro de este mercado y
es un punto de infinitización, porque cada vez que se apunta a algo 1
sobre 0, cada
vez que se apunta al 0, hay un proceso efectivamente de infinitización. Esta voluntad del
cero defecto implica una multiplicación, de manera enloquecedora, de los controles y normas para la
infancia en gestación. Este proceso de infinitización es crucial para los
síntomas de la crisis del control. Fuera de las sociedades que no tienen
mercado y una sociedad democrática, vemos como los sistemas tiránicos quieren controlar también la producción
de niños. Vemos
en China como la política del niño único produce catástrofes, no solamente por
la generalización de la corrupción, que se instala inmediatamente generando un
mercado paralelo y negro, sino también porque produce depresión en las mujeres,
produce el exilio voluntario para tener hijos en países fuera de China (este es
uno de los factores que rige la dinámica de la inmigración china en el mundo). Vemos
también las consecuencias
en Turquía, donde hace poco el presidente recordó que era un deber para la
mujer turca tener al menos tres niños, cuando en allí, por el desarrollo
económico, el promedio de los niños se acercaba más a estos países europeos en
general, que es cerca de 1.9 o 2, en el mejor de los casos.
Entonces,
el control en Estados Unidos es el mercado. En Francia y España hay una serie
de regulaciones múltiples que asombran a los americanos. Pero lo que hay es el surgimiento
de un fenómeno nuevo que hace que, por ejemplo, un tercio de las mujeres
alemanas ahora no quieran hijos. En este sentido sí se ha vuelto objeto de
lujo para algunas. Un economista de Singapur resume de una manera brutal cómo
es la vida allá, dice simplemente esto: “el costo de un niño supera claramente
su utilidad”. En este sentido sí se vuelve objeto de lujo. Es compatible con
esos esfuerzos enormes que pasan por la movilización de la procreación
médicamente asistida o producida. A medida en que se vuelve un objeto inútil,
se vuelve cada vez objeto de pasión. Cuales sean estas distribuciones nuevas en
la figura del deseo del niño, se mantiene el imperativo de controlar, de
vigilar a la familia y al niño.
Ahora
que las familias están descompuestas y recompuestas, lo que hace a una familia
es el niño como tal. Todo el derecho de los países europeos está reconfigurándose para
definir las obligaciones de los padres; cual sea la manera con la que sean
definidos, el problema con los casamientos del mismo sexo, por supuesto,
complica un poco el asunto, pero se hace producir nuevas ficciones legales,
para estar seguros
que el niño pueda contar con los compromisos y obligaciones del padre y la
madre frente a él y con el lazo biológico determinado con certeza, eso permite
al Estado imponer estas ficciones legales a partir de la certeza científica del
lazo.
El
niño mismo, que está controlado, se vuelve un órgano de control. Con el niño se
vigila a las familias en las escuelas; hubo un proyecto en Francia, por
ejemplo, para asegurar la escolarización obligatoria del niño antes de
los tres años y así asegurarse el control del niño y de las buenas prácticas
parentales, como se dice ahora. El mismo niño se vuelve una cámara de
vigilancia; no solamente cada día más temprano tiene su celular con la foto,
sino que él mismo se vuelve un aparato de control de sus familias en las
sociedades democráticas. El niño objeto de vigilancia es al mismo tiempo un
objeto de pasión. Lo
vemos en la escuela, que se vuelve teatro de las pasiones. Al
nivel del niño como ideal vemos todo lo que se espera de la educación en
nuestros países con una economía deprimida, se espera que los niños inventen
los objetos que van a permitir renovar nuestra industria y nuestros países
cansados, especialmente en Europa. En esa perspectiva hay que ver que se pone
sobre los hombros de los niños ideales terribles. Ya pasó por esta experiencia,
antes que Europa, Asia. El desarrollo económico de finales del siglo XX en los
países asiáticos fue con el peso de toda una juventud introducida al saber. La
consecuencia de este enorme esfuerzo en Japón, China y Corea fue el peso de
los suicidios de esos niños. En aquellos países es difícil establecer
estadísticas étnicas, pero se pueden hacer en lo que funciona como segundo
sistema de educación para Japón, China y Corea, que son las universidades americanas;
en ellas, si se reparten los suicidios de estudiantes según el origen étnico,
los de estudiantes asiáticos son tres veces más. El peso del ideal tiene su
precio.
También
pudimos ver, justo al final del siglo pasado y al inicio de este, cómo el adolescente
fue objeto de pasión. Todo lo que fue escandaloso en las seducciones dentro de
la Iglesia Católica, todo lo que apareció en la Tierra entera, el número de
víctimas de seducciones por parte de sus enseñantes fue un recordatorio de que
no sólo está el niño como ideal, sino como objeto de pasión, y que sigue
siéndolo y que las escuelas y universidades son lugares en los que, a pesar de
las cámaras de vigilancia y de los contratos que ahora hay que firmar entre
doctorantes y profesores para asegurarse que no hay acoso sexual dentro de esta
relación, no podremos impedir lo pasional que está en juego. Esto también es un
síntoma de la crisis del control.
Se
podría decir, a pesar de esto, que sí hay un lugar en el cual hay un
enloquecimiento especial con los niños en la civilización; si la intuición de
Foucault sobre la gestión de poblaciones por las etiquetas médico legales tiene
un campo en el cual se verifica, es con la infancia.
Si
uno toma el índice de la calificación por ayuda económica en los Estados Unidos o el
índice de seguridad social, Social Security Dishability Insurance… Si se toman
estos dos índices, en los 20 años entre el 87 y 2007, se ve que el número de
americanos de todas las edades que entran en esta ayuda ligada a un diagnóstico
psiquiátrico, se ha multiplicado por dos y medio. En el mismo tiempo, para los
niños este número se ha multiplicado por 35 veces. Hay algo que se sale de las
manos. Ahora el trastorno mental de los niños es la causa principal de su
dishabilidad, mucho más que las minusvalías que eran antes reconocidas como
retraso psicomotor o síndrome de Down, que fueron el origen de estos programas
de ayuda en EEUU. Se puede decir que si hay un síntoma de la crisis del control
de la infancia, es esta inflación, que invade todo el sistema DSM, que prefiero
llamar la “zona DSM”, igual que la zona Euro o Dólar, porque esta moneda
epidemiológica se fabrica sin ningún control suficiente. En el último congreso
de la Asociación Americana de Psiquiatría, en junio 2012, se habló de manera central
de la crisis que atraviesa todo el proceso de elaboración del DSM. No hay que
pensar que porque el DSM está en su auge no está, por lo tanto, en una crisis
profunda y durable. Allen Frances, que fue uno de los protagonistas de la
creación del DSM IV (fue promotor en el III y director en el IV), ahora es el
principal exponente de una crítica feroz al DSM V. Denuncia con una energía
notable el proceso de elaboración del DSM. Tiene una crónica bisemanal en el
Huffington Post que es devastadora. Primero, él considera que es demasiado
dulce criticar el DSM V diciendo que trabajan por la industria farmacéutica, es
demasiado dulce porque él piensa que es mucho más profundo, que es un conflicto
de intereses más intelectuales, es una lucha entre expertos que sobrevaloran su
campo de pertenencia y quieren extender sus dominios transformando todos los
problemas de la vida cotidiana en trastornos mentales. Frances, como fue
director del DSM IV, piensa que el problema surge a partir del DSM V, pero que
al inicio éste era un excelente sistema. Recuerda que antes del DSM III los
diagnósticos eran muy influenciados por el psicoanálisis y que los psiquiatras
no estaban de acuerdo entre sí y que al final el diagnóstico no le importaba un
pepino a nadie. Ahora sí el DSM despierta un gran interés de los profesionales
y del público, con todos estos criterios especificados, pero el interés es tan
grande que ahora todo el mundo se fascina con esto, con los diagnósticos, y
olvida un poco el porqué todo el sistema es hecho. Inmediatamente, centrarse en
la producción de etiquetas produce inflación. La cuarta edición del 94 produjo inmediatamente una
inflación, lo que se llama epidemias. Hay tres epidemias en los niños que no se
pueden controlar (que no se ha querido) y que hacen que las cifras sean 35
veces más altas: autismo, trastorno de déficit de atención y trastornos
bipolares. ¿De dónde vienen estas mutaciones extrañas en la especie
humana que hacen que en 20 años se multipliquen por 30 veces? Frances,
responsable del DSM IV, denuncia un sobrediagnóstico de moda en todo este campo
y quiere tomar medidas autoritarias de control estadístico. Dice que lo que hay
que hacer para bajar el nivel de aumentación de los autismos es sacar el
Asperger de la categoría, que con esto se baja, introducir criterios
matemáticamente, que con criterios de inclusión más exigentes se reduce el
número de las que pueden caer bajo la categoría. Pero eso es control
estadístico; la cosa fundamental es el sistema mismo, que produjo el
desmantelamiento de las grandes categorías, pocas, que constituían la
psicopatología, reducidas a ítems sencillos, empíricos, claramente observables
sin equívoco. Esto en sí es inflacionista. El empirismo, liberado de toda
hipótesis teórica, con fundamentos biológicos teóricamente supuestos y a
descubrir en el futuro, produce unas etiquetas que no tienen ningún principio
de limitación sobre su producción, cada vez un departamento de investigación
universitario puede pensar una etiqueta nueva o mejor.
Así
que el nivel de crítica es tan fuerte que hay un lobby que ahora quiere sacar
el DSM de las manos de la Asociación Americana de Psiquiatría para darlo a una
agencia supuestamente autónoma o independiente, vinculada al Ministerio de la
Salud o la OMS. Es formidable como los responsables de las burocracias
sanitarias piensan que las agencias independientes producen milagros de
regulación, cuando
en el caso en que existen estas agencias ellas mismas son parte del problema
que se supone tienen que regular. Esto lo vemos en la zona Euro, en la cual
tenemos un montón de instancias de regulación que no sirven sino para añadirse
al problema, que hay que reformarlas permanentemente y entonces inventar el
regulador del regulador del regulador, en una cadena infinita. Esta esperanza
en la experiencia de una agencia autónoma es un trastorno a añadir en el
catálogo de los trastornos, es una obnubilación de los responsables, como decía
Lacan. La zona DSM necesitaría medidas más radicales para constituir un
gobierno fiable y responsable que pueda tomar en cuenta los efectos perversos
de las clasificaciones y los efectos nocivos sobe la población que trata de
controlar. Estos efectos nocivos son especialmente notables en la intersección
con los campos jurídicos, porque el DSM no es sólo un sistema clasificatorio
epidemiológico, es lo que otorga la obligación a las compañías de seguros
privados a pagar por un tratamiento. También es a partir de esta guía que se
producen las internaciones obligatorias. Frente a esta inflación se
revela que la zona DSM piensa que gestiona el campo de la salud mental según un
sistema clasificatorio y bajo la forma de hipótesis científicas reconocidas por
consenso en un momento dado. Es un error. La zona DSM es un instrumento de
gestión de las poblaciones que no puede ignorar su autoritarismo
clasificatorio. No son hipótesis científicas que verifica el sistema. En una
ideología cientificista lo que verifica el sistema son los efectos de
masificación segregativos producidos en su nombre y la tolerancia social que
hay de estos efectos perversos y negativos.
La
crisis en la zona DSM será duradera y profunda. La confianza no podrá ser
restablecida sin discusiones teóricas sobre los desgastes producidos por la
confusión de nivel entre usos y funciones de la lengua clasificatoria que hace
habla en esta zona. La crisis del control de la infancia, de la cual hemos
visto algunos síntomas, permite al sujeto, a la voz de este sujeto niño, poder
escucharse en los insterticios de los discursos establecidos, da una
posibilidad al psicoanalista de responder a lo que se puede escuchar en las
hiancias y cuando se trata de silenciar a la voz del sujeto. El psicoanalista
tiene a la vez que dirigirse hacia estas voces., por ejemplo, dentro del campo
del autismo, que tiene ahora una vigencia particular, debido a que se conciben
leyes en serie para responder a esta demanda que surge de un problema de salud
pública extraordinario (si uno piensa que, según las últimas cifras que
tenemos, un niño de cada 80 puede ser diagnosticado como autista y si se añade
la discrepancia entre los sexos, que ahora está en cuestión, en varones sería
un niño en 60). Por supuesto, el discurso de las burocracias sanitarias se
apura a responder esta urgencia y esto podría silenciar la voz de los autistas,
especialmente los de alto nivel, y el psicoanalista tiene también que dar la
voz a los que no se pueden escuchar, como los autistas. El analista también
tiene que mirar y tomar en cuenta la angustia de los controlantes enfrentados a
su impotencia y ayudarles a rechazar el fetichismo de la cifra para considerar
el despertar del deseo. A medida que se produce lo que Lacan llamó los impasses
de la civilización, especialmente en el campo del control de la infancia, las
armas que da el psicoanálisis como pensamiento crítico permiten restaurar los
márgenes de la singularidad no conforme en esta época, de un solitario que
trata de reducirla a un solitario individualismo de masa controlados por
dispositivos de conformidad cada vez más insoportables y, propiamente dicho,
enloquecedores.