Por Alejandro Grimson*
La tarea de lograr una escuela más
inclusiva implica abandonar los discursos del tipo “todo tiempo pasado fue
mejor” para poder identificar los verdaderos desafíos. No se puede
responsabilizar a las aulas de todas las frustraciones nacionales sin pensar la
complejidad de las sociedades en las que se insertan.
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a idealización del pasado de la educación argentina es una de las
operaciones culturales e ideológicas más exitosas. Como suele suceder en estos
casos, se basa en verdades, a medias; se basa en percepciones concretas y
verificables, que no saben acerca del conjunto del país. Esa idealización tiene
consecuencias políticas: las soluciones de nuestra educación deben ser
rastreadas en el pasado. La utopía está en los inicios. Volver a Sarmiento,
como si fuera un lugar o una síntesis. Esa variante conservadora que niega el
analfabetismo de la primera mitad del siglo XX, la escasa población de la
escuela secundaria, el carácter muy restringido de la universidad o la
violencia como herramienta de la enseñanza es un obstáculo para los debates
actuales. Dicho de modo claro: en ningún momento de nuestra historia los
distintos sectores sociales tuvieron un acceso igualitario a la educación. Los
grandes desafíos de la educación argentina exigen innovación y cambio a partir
de principios claros de justicia e igualdad. Son soluciones propias del siglo
XXI.
La sociedad argentina está repleta de
cazadores furtivos que se encuentran al acecho del culpable de todos nuestros
males. Muchas veces imponen este diagnóstico: todo está muy mal en Argentina; y
si así no fuera, al menos está muy mal respecto de cómo podrían estar las
cosas. Un poco de catastrofismo, un poco de frustración. ¿Por qué? A través de
mecanismos de condenas express se declaran culpables a veces a
los gobiernos y otras veces a la educación. Es sabido: si la educación
funcionara a la perfección, como se supone que funcionó a principios del siglo
XX, no habría violencia, delincuencia, contaminación, corrupción…
Ese torrente de creencias que se derrama
sobre nuestros discursos coloquiales torna muy difícil desarrollar una mirada
crítica, rigurosa, que distinga avances, problemas y desafíos justamente sobre
uno de los temas estratégicos. La educación es un tema crucial que sufre de
modo especial al chocar con la pobreza que caracteriza a buena parte del debate
público argentino. Las tendencias a la simplificación, al cortoplacismo y al
catastrofismo son obstáculos significativos para poder abordar los desafíos
educativos que tiene nuestro país.
La educación corre el riesgo de ser
capturada por la mitología decadentista de que “todo tiempo pasado fue mejor”,
“antes la escuela pública era maravillosa”, “docentes eran los de antes” y
otras frases por el estilo. Es sabido que los sectores urbanos de Argentina
experimentaron a principios y mediados del siglo XX una escuela pública
socialmente heterogénea. Ahora bien, hay datos relevantes que la experiencia
personal en las grandes ciudades no permitió percibir. En 1914, el 36% de los
habitantes del país era analfabeto, en 1947 todavía lo era el 14%. En algunas
provincias, como Formosa, a mitad del siglo XX, la mayoría de los niños en edad
escolar no asistía a la escuela. En la misma época, sólo el 10% de los jóvenes
de Argentina asistía a la secundaria. Quienes experimentaban en la Capital esas
escuelas socialmente heterogéneas no tenían forma de percibir a quienes estaban
excluidos del sistema.
Argentina perdió la posición de avanzada
en albafetización que le otorgó la escolarización más temprana que otros países
de América Latina. En la medida en que otros países también iniciaron esas
políticas, las diferencias se fueron reduciendo hasta desaparecer. Alguien
podría interrogarse acerca de si esa posición de avanzada no se podría haber
mantenido, ya no en analfabetismo, sino en otros rubros.
Aquí la respuesta es combinada. Por una
parte, no caben dudas de que si Argentina no hubiera atravesado las dictaduras
de 1966 y 1976, si no hubiese estado presa de la crisis de la deuda en los años
ochenta y de la convertibilidad en los noventa, la educación (y todo el país)
serían muy diferentes. El conocido economista Aldo Ferrer utilizó en 1980 el
término “neoliberalismo” para caracterizar al gobierno de Onganía. Con breves interrupciones
que nunca lograron torcer el rumbo, Argentina estuvo alrededor de 35 años
debilitando al Estado y desfinanciando la educación pública.
Por otra parte, la Argentina actual tiene
algunos rasgos muy favorables en la región así como desafíos significativos.
El
papel de la educación pública
“Defender la educación pública” es una
expresión que puede tener distintas significaciones e implicancias en contextos
distintos. Puede haber contextos de desfinanciación donde las herramientas de
la lucha sindical tradicional o acciones innovadoras como la Carpa Blanca
ocupen un lugar central. Ahora bien, en contextos donde ha habido un incremento
del presupuesto y una recomposición salarial, la educación pública debe también
defenderse de su propia inercia, de su propio conservadurismo. Frente a lo que
la sociedad percibe como un déficit de la educación pública, la opción no es
negarlo, dejando ese espacio vacío para las propuestas de reforma neoliberales.
Debemos, por el contrario, precisar qué defectos y virtudes tiene nuestra
educación pública, desnudando las simplificaciones de los propagandistas del
“todo mal”. A partir de un diagnóstico guiado por el principio de construir una
educación de alto nivel para todos los sectores sociales, debemos precisar
también qué cambios resultan necesarios. Debemos defender el patrimonio de todo
lo que ha logrado la sociedad argentina, y al mismo tiempo construir una
defensa que incluya cambios para continuar procesos reflexivos y colectivos de
mejora.
¿Cuál ha de ser el papel de la educación
pública? Las sociedades presentan desigualdades que persisten a través del
tiempo, donde los hijos de los más pobres están condenados a seguir en la parte
más baja de la pirámide social. La educación pública es una herramienta crucial
para romper ese determinismo social. La segmentación de la oferta y la
segregación amenazan seriamente con estabilizar una educación de calidad para
los más ricos y una educación poco nutrida para los más pobres. Los niveles de
aprendizaje, en
cualquier país que se evalúen, no están marcados por el carácter público o privado de la educación, sino fundamentalmente por los niveles socioeconómicos de los alumnos. En cualquiera de las ciudades importantes de Argentina pueden detectarse escuelas y colegios públicos de calidad, a veces de carácter universitario, otras veces no, donde buscan una vacante las clases medias profesionales que intentan evitar la educación privada.
cualquier país que se evalúen, no están marcados por el carácter público o privado de la educación, sino fundamentalmente por los niveles socioeconómicos de los alumnos. En cualquiera de las ciudades importantes de Argentina pueden detectarse escuelas y colegios públicos de calidad, a veces de carácter universitario, otras veces no, donde buscan una vacante las clases medias profesionales que intentan evitar la educación privada.
Las herramientas construidas para una
creciente inclusión educativa deben mantenerse y profundizarse. El incremento
del presupuesto y de los salarios, la construcción de escuelas, el mejoramiento
de la infraestructura, Conectar Igualdad, Progresar, son sólo algunos ejemplos
de los programas y planes instrumentados.
Los avances educativos de los últimos años
lograron una mayor inclusión, pero no pudieron revertir las tendencias de
segmentación, que se agravaron. Ciertamente, hay tendencias que son generales
de América Latina y, además, exceden al ámbito educativo, ya que pueden
observarse la expansión de la salud privada, de las urbanizaciones privadas, de
la seguridad privada. En ese marco, el Estado tiene la obligación de mitigar o
revertir esas tendencias del mercado. ¿Cómo lo hace? Aumentando la inversión en
educación pública, su infraestructura, los salarios y mejorando la formación
docente, entre muchas otras iniciativas. El punto de la formación docente no
debería menospreciarse, ya que en la actualidad hay un millar de instituciones
públicas o privadas abocadas a esta tarea, lo cual hace imposible garantizar
estándares de calidad y desplegar políticas eficaces.
Afirmar que las escuelas privadas son
buenas y las públicas son malas es un mito. La pregunta es por qué son buenas
las escuelas buenas. Evidentemente si cuentan con recursos económicos
extraordinarios la respuesta es sencilla, pero hay escuelas públicas de
reconocida calidad con recursos análogos a otras. Este es un tema para hacer un
estudio en sí mismo, sobre lo que suele llamarse “buenas prácticas”. De hecho,
si los salarios y la economía explicaran todo nadie sabría por qué las
universidades públicas argentinas mantuvieron su prestigio nacional e
internacional incluso ante contextos adversos. Permítanme sugerir que no pocas
veces en escuelas públicas que se destacan se percibe un liderazgo
institucional, una dirección que cumple un papel relevante.
Una
construcción permanente
La ampliación del acceso lograda en estos años plantea
nuevos desafíos. Una de las grandes preguntas es cómo garantizar educación de
alta calidad para todos. Obviamente, esto sólo puede concretarse si se concibe
el acceso al conocimiento como un derecho, y no como una mercancía. Esto, junto
al incremento presupuestario, son condiciones necesarias, pero no suficientes.
Se torna necesario un amplio acuerdo para fortalecer aún más la educación
pública, focalizando en prioridades, garantizando mecanismos que prevean
siempre la presencia de un maestro en el aula, asegurando los recursos de
infraestructura, mejorando la formación y capacitación docente, ofreciendo más tiempo
y recursos a quienes más los necesitan, comprendiendo las dinámicas culturales
heterogéneas de los niños y adolescentes y sus motivaciones, fortaleciendo a
las instituciones y sus agentes, construyendo autoridad (que es lo contrario de
la demagogia y del autoritarismo), mejorando las oportunidades de ingreso y
promoción de los trabajadores de la educación, entre otros aspectos. En fin, la
educación es una construcción constante.
La
sociedad en la escuela
Resulta clave debatir y definir
prioridades de los programas de enseñanza. “Enseñar para el trabajo”, “formar
ciudadanos”, “científicos para desarrollar el país”, pueden ser partes
relevantes de una visión integral. En el mundo de las especializaciones la
formación más básica es la única que fortalece las capacidades para seguir
estudiando a lo largo de la vida. No tiene sentido restringirse a enseñar
técnicas que pueden perder aplicación en el corto plazo. La propia enseñanza de
esas técnicas y de oficios debe contemplar las potenciales transformaciones.
Por otra parte, no puede discutirse entre
enseñar a ajustar el tornillo y enseñar griego clásico, en una escuela donde la
prioridad son las competencias expresivas y la capacidad para el pensamiento
lógico-matemático. Es muy sencillo: sin saber hablar adecuadamente, escuchar,
entender, escribir, comprender un texto, hay muy pocas personas que podrían
obtener un puesto de trabajo decente en el mundo actual. Se dice que se lee
cada vez menos. Los estudios sociológicos muestran que se lee de otros modos. ¿Qué
empleado de servicios, el área que más trabajo genera hoy en Argentina, puede
trabajar sin leer, escribir y hablar adecuadamente? En ese sentido, el
aprendizaje del inglés quizás deba ser rediscutido y jerarquizado. Si el inglés
es una barrera que impedirá o permitirá acceder a ciertos puestos y si la
educación pública busca generar iguales condiciones de formación, convendrá
asumir que el porcentaje de niños que hoy aprende inglés en la escuela es muy
reducido. El acceso al conocimiento del inglés hoy se compra en el mercado. Son
conocidas las resistencias abiertas o silenciosas en función del hecho de que
el éxito del inglés como lengua franca global expresa un éxito de poder
político y cultural. El punto es que cuando en un futuro, ojalá cercano, podamos
abordar con países de todo el planeta esa crítica al neocolonialismo, nos guste
o no, sólo podremos entendernos en inglés. Y no es una ironía.
Se puede colocar como prioridad básica la
formación de ciudadanos ecológicamente responsables, la educación sexual, la
prevención en violencia de género. ¿Es posible colocar a todas ellas y muchas
otras? Debemos tener cuidado con la idea de que todo contenido interesante e
importante puede ser encajado en la currícula escolar.
Por otra parte, la idea de que el medio
ambiente mejorará gracias a la educación debe ser relativizada, por todo lo
dicho. Puede serlo si hay leyes, instituciones y políticas que apunten en el
mismo sentido. La escuela no resuelve aquello de lo cual la sociedad no se hace
cargo. En ese sentido, estableciendo prioridades sociales, culturales,
políticas, la escuela es una parte clave de un engranaje de alta complejidad,
no el depositario de las frustraciones de la sociedad. O no debería serlo, como
si allí radicara la única expectativa de un futuro mejor.
Así como por una parte se establecen
prioridades que requieren consensos amplios en países federales como Argentina,
una de ellas debería ser un mayor conocimiento de la sociedad actual, en la
cual viven los docentes y los estudiantes. El conocimiento de las tendencias
económicas, demográficas, de las dinámicas del mercado de trabajo, de la
industria, el papel de la innovación y la ciencia es un tipo de información y
de formación de orden estratégico. Ahora, el conocimiento de la historia, la geografía
y la sociedad contemporánea tiene otro papel relevante que cumplir en la
Argentina del futuro. Es en esas ciencias sociales y en la formación ciudadana
donde se juega el enorme desafío de que la escuela cumpla un rol, junto a los
medios públicos de comunicación y a las políticas culturales, para que la
sociedad argentina pueda repensarse a sí misma. Una imaginación centralista,
eurocéntrica, elitista, civilizatoria no puede ser la base de la construcción
de una sociedad justa. Es necesario que la escuela resguarde un espacio para la
reflexión acerca de nuestras desigualdades y heterogeneidades territoriales.
Promover el debate comprometido con una
educación para una sociedad justa es una tarea colectiva y fundamental.
* Antropólogo. Coautor de Mitomanías de la educación argentina, Siglo XXI,
octubre de 2014.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur y UNIPE: Universidad Pedagógica.