Por: Frei Betto
21 febrero 2015
Protestan estudiantes en Chile.
La educación escolar
tiene un papel fundamental en todo proceso de transformación social. A
semejanza de la política y la religión, la educación puede servir para liberar
o para alienar; para despertar protagonismo o favorecer el conformismo; para
generar una visión crítica o legitimar el status quo, como si fuera insuperable
e inmutable; para suscitar una praxis transformadora o para sacralizar el
sistema de dominación.
En estos comienzos del
Siglo XXI la educación escolar difiere mucho de la que predominó en el siglo
20. Hoy día nuestra vida cotidiana está invadida por nuevas tecnologías que nos
aportan, en tiempo real, informaciones capaces de interferir en nuestra forma
de existencia y de relacionarnos (ciberespacio, relaciones virtuales, crisis de
las ideologías liberadoras, nuevos perfiles familiares y sexuales, monopolio y
manipulación de la información, etc.).
Por vivir en un cambio
de época y movernos entre la modernidad y la posmodernidad, estamos amenazados
por la crisis de identidad teórica. El instrumental teórico, que tanto nos
reconfortaba e incentivaba en el siglo 20, y que nos parecía tan sólido, se
derrumbó con la crisis de la modernidad y de la razón instrumental.
¿Qué le impide a la
educación formar personas altruistas? Hace falta una educación que, además de
la escolaridad, de transmisión cultural del país y de la humanidad, suscite en
los educandos una visión crítica de la realidad y un protagonismo social
transformador.
De hecho en muchos países
la educación escolar se convirtió en una prisión de la mente, donde las
disciplinas curriculares son repetidas sucesivamente, en orden a la
cualificación de la mano de obra destinada al mercado de trabajo. No se plantea
como prioridad el formar ciudadanos y ciudadanas comprometidos solidariamente
con el proyecto social emancipatorio.
Vivimos en la era de
la perplejidad ante el futuro emancipado. Estamos en el limbo del proceso
libertario. Movimientos, grupos y partidos de izquierda, cuando existen, todos
ellos parecen estar perplejos ante el futuro. Muchos ceden ante la fuerza
cooptadora del neoliberalismo y cambian el proyecto de liberación social por el
mero usufructo del poder, aunque eso implique corrupción y traición a las
esperanzas de los oprimidos.
La hegemonía
capitalista ejerce un poder tan avasallador que mucho de nosotros abdican del
propósito de construir un nuevo modelo civilizatorio. Poco a poco, como si se
tratase de un virus incontrolable, el capitalismo se impone en nuestras
relaciones personales y sociales. Nos vamos adhiriendo a la fe idolátrica de
que “fuera del mercado no hay salvación”.
En la esfera personal,
cambiamos nuestra ideología liberadora por una zona de confort que nos permita
el acceso al poder y a la riqueza, librándonos de la amenaza de integrar el
contingente de los 2,600 millones de personas que sobreviven con un ingreso
diario inferior a los 2 dólares.
La escuela es, sí, un
espacio político. Si no se tiene claridad acerca de su proyecto político
pedagógico se corre el peligro de transformarla en mero espacio de negocios
para diplomar competidores refractarios a la ética y a los derechos humanos.